En la televisión y en la vida cotidiana –que lamentablemente en nuestro país éstos dos conceptos ya son sinónimos-, se oye mucho la expresión “si es chileno es bueno”. Al decir esa expresión, y más aún, al creer en esa expresión se cae en un nacionalismo de lo más bajo, en chovinismo.
Acá en Chile nos quejamos, por ejemplo, de que nuestros hermanos argentinos nos nombren como “chilenitos”, pero sin embargo usamos expresiones como “peruanitos” para referirnos a nuestros hermanos vecinos. Esta expresión se usa para nombrarlos despectivamente pero sin que se note, de una manera suave, la que vendría siendo como el eufemismo gordito para hacer referencia a un obeso, o enfermito y tantos otros que usamos en el día a día.
A menudo discriminamos a los hermanos latinos, e incluso al pueblo mapuche, e incluso más allá, a un europeo o cualquier persona, y esto se relaciona estrechamente con el tema tratado en la entrada anterior, los prejuicios. Se nos olvida que somos todos hermanos, hijos de un mismo padre y una misma madre, ciudadanos de una misma tierra y es por eso que segregamos y nos vanagloriamos.
Se asume que las cosas chilenas son las mejores que existen, no hay como las empanadas o la cueca. Lo cómico de esto es que esos estandartes chilenos ni siquiera son propiamente chilenos, defendemos eufóricamente estos íconos generando discusiones y en los casos más extremos peleas físicas. Lo que sucede realmente, es que somos hijos de la televisión, ahí se deifica y glorifican todas estas cosas, las que debemos adorar y desgraciadamente seguimos las instrucciones al pie de la letra. Evidentemente somos lo que los poderosos quieren que seamos, una cultura huachaca manipulada a través de la televisión (Huneeus, 1981).
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